Reflexion #9

  La eficiencia energética no debería ser el fin de la arquitectura, sino su consecuencia natural. Los sistemas activos no se presentan como salvadores tecnológicos, sino como herramientas que deben surgir después de que el diseño pasivo ha hecho su trabajo. 

Los sistemas activos ventilación mecánica, iluminación artificial, calefacción o refrigeración no deben sustituir lo que el diseño arquitectónico puede lograr por sí solo, deben complementar. 

Otro aspecto esencial es cómo se evidencia que la eficiencia no es una propiedad aislada. Desde la orientación del edificio hasta el tipo de luminarias, todo suma o resta en el desempeño energéticas Cada elección arquitectónica tiene una consecuencia térmica, lumínica o energética. Y en esa conciencia, el diseño se vuelve más intencionado.

Una parte clave fue el énfasis en el monitoreo y el control. No basta con tener tecnología eficiente; también hay que saber usarla, adaptarla y mantenerla. La presentación muestra cómo los sistemas activos requieren inteligencia, no solo instalación. Es importante pensar que la eficiencia no es un estado, sino un proceso que evoluciona junto al uso del edificio. Y en ese proceso, el usuario también tiene un rol fundamental.

 Se entiende que ser eficiente no es solo consumir menos energía, sino lograr más con menos. Más calidad ambiental, más confort térmico, más luz natural. En ese sentido, la técnica deja de ser un fin para convertirse en un medio al servicio de la experiencia.

En fin, esta presentación  hizo ver que la eficiencia activa no es una excusa para diseñar sin cuidado, sino un compromiso para mejorar lo que no pudo resolverse de forma pasiva. Diseñar con técnicas activas es también un acto de responsabilidad: reconocer los límites del diseño pasivo, pero no renunciar a ellos. Porque al final, ser eficientes no es solo cuestión de tecnología, sino de visión, de integración y de respeto por los recursos, el entorno y las personas que habitan los espacios que diseñamos.

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